Excerpt from Chinese Shadows: Remembrances of a voyage to the Celestial Empire
Original Spanish by Luis Valera y Delavat,
Translated to English by Xavier Ortells-Nicolau
Extracto de Sombras Chinescas Recuerdos de un viaje al Celeste Imperio
Luis Valera y Delavat
We soon lost sight of Woosung and its nearby railway station — the first ever built in China — which connects that little village with Shanghai and for an hour on both riverbanks we saw only a few miserable huts isolated among fields of ripe wheat and corn. Gradually, though, the landscape started to change and everything started to announce our approach to a flourishing and industrious city.
Now and then we passed a huge, strangely-shaped Chinese junk, with bamboo poles and ropes, dragons, and other ugly creepy-crawlies painted on both prow and stern. We saw also something unusual and exotic in the details of the big buildings which in general resembled ours. But for these details, though, I would have believed I was sailing a river in Southern Europe, near Seville or Bayonne.
Further onwards, we found factories, docks, piers, and warehouses lining both banks, along with tall smoking chimneys of red brick. On the water, there were sailboats, steamers, warships, and small cargo boats from all around the world.
Our ship sailed among them and threw long strident whistles to clear the way of small junks and light sampans, a type of colorful, flat canoe with a raised stern and a single seat covered by a small canopy, from which a standing boatman leads this nutshell, rowing with the help of a tall oarlock.
After some time zigzagging among this swarm of little boats and while avoiding the big ships, we turned a river shoulder and suddenly to its right there unfolded the façade of the big city. We had arrived in Shanghai.
Parallel to the Whampoo river, for two or three miles, there extends a wide boulevard, with shadowy gardens, statues, and commemorative monuments, and large buildings, some with stern lines, wide porticoes, and galleries and stone columns; others more recently built and almost all of them in brick in the elegant style which was fashionable in England in the time of the Tudor Queen Elizabeth. This boulevard is the Bund, and it hosts the piers of the main navigation companies and their offices, as well as the banks and most important trade companies; the Maritime Customs, the majority of foreign consulates, plenty of shops, and the Astor House, one of the most luxurious hotels in town.
The Bund is always lively, from early in the morning to ten or eleven at night, because the Shanghainese, who wake up early, enjoy retiring to their houses early. But the animation reaches its peak by midday and, depending on whether it is summer or winter, at four or five in the afternoon, when offices and shops close their doors and people fill the streets. And as I arrived at the quai of the Messageries when the neighboring clock of the Customs tower announced twelve o’clock, I had the opportunity to witness the bustle in its climax, and I had the most favorable opinion of the city in spite of the horrible heat and bad smells, to which I will refer later.
European men and women dressed in white piqué or khaki strolled along the Bund. Women wore elegant hats of broad wings; and men protected their heads from the dangerous sun with light cork helmets covered with white cloth, so useful in the tropics and which resemble the salakóts used by Malay and Filipinos. Contrasting in everything, in looks, clothes, and carriage, with the people of the white race, the Chinese came and went from one place to another, some moving calmly like those who go out to browse without determined purpose, others hurrying as if attending urgent business, all of them uniformly dressed in blue cotton with a black and threaded pigtail falling down their backs. Chinese women with crushed tiny feet walked slowly and ungracefully in similar clothes as the men and with the typical hairdo of Kiangsu province, where Shanghai is, straight and shiny hair falling in waves over both ears and gathered in the back in a braid or low bun, over which a black velvet strip is fastened, covering the temples and forehead, decorated by a half stone of malachite, coral, or lapis lazuli. Dark-skinned rich Parsee merchants from Bombay, wearing buttoned coats, broad white trousers, and outlandish pointed, glossy black caps; small Japanese men, some dressed in Western suits, fewer in the traditional style of their nation, and smiling chatty Japanese women, with striking kimonos and flowers in their hair, and blonde English kids with their native or mestizo nannies, sailors from the warships anchored in the river, monks with yellow robes, Filipinos, Indians, Siamese, and people from so many more distant lands than I could even know.
1900
Pronto perdimos de vista á Woosung, así como á la inmediata estación del ferrocarril — primero construído en China — que une este pueblecillo co Shanghai, y durante cerca de una hora sólo vimos en ambas orillas alguna que otra miserable vivienda, aislada en medio de los ya tostados campos de trigo y de maíz. Pero luego, poco á poco, fué cambiando el aspecto del paisaje, y en todo se conoció que nos aproximábamos á una ciudad industriosa y floreciente.
A no ser porque de cuando en cuando pasaba á nuestro lado un enorme junco chino, de forma extraña, con palos y vergas de bambúes, y dragones y otros feos bicharracos pintados en la popa y en la proa, y á no ser también porque en los detalles de construcción de los grandes edificios que íbamos viendo había algo de inusitado y exótico, por más que en su conjunto se parecieran mucho á los que por acá se estilan, hubiérame creído en algún río de la Europa meridional, en las cercanías de una población como Sevilla ó Bayona.
Ya más adelante, en una y otra margen, se levantaban fábricas, docks, muelles y depósitos de mercancías, y humeaban las altas chimeneas de ladrillo rojo. En el río estaban anclados veleros, vapores, transportes y buques de guerra, venidos de los confines del globo.
Entre ellos se deslizaba nuestra embarcación, y con estridentes y prolongados silbidos para que se quitasen de en medio, iba avisando á los pequeños juncos y á ligeros sampanes, especies de canoas vistosamente pintadas, de fondo plano, con un solo asiento cubierto con una toldilla y de levantada popa, desde la cual un batelero chino, de pie, dirige y hace andar este cascarón de nuez, valiéndose de un solo remo, que se apoya en un tolete ó en alta horquilla de madera.
Hacía ya algún rato que íbamos navegando por entre este enjambre de barquichuelos y haciendo eses para evitar los buques de alto bordo, cuando después de pasar un recodo de río, en su orilla derecha y casi de golpe, se desplegó á nuestra vista lo que pudiéramos llamar la fachada de una gran ciudad. Habíamos llegado á Shanghai.
Paralelamente al Whampoo, y en una longitud de dos ó tres millas, se extiende ancho bulevar, con umbrosos jardines, estatuas y monumentos conmemorativos, y grandes edificios, de severas líneas generales los unos, con anchos pórticos y galerías y columnas de piedra, y recordando los otros, más recientemente edificados y casi todos de ladrillo, el elegante estilo arquitectónico que se puso de moda en Inglaterra en tiempo de la Reina Isabel Tudor. Este bulevar se llama Bund, y en él están los embarcaderos de las principales Compañías de navegación, que igualmente tienen en él sus oficinas, así como los Bancos y las más importantes casas de comercio. Allí también se encuentran la Aduana marítima, la mayor parte de los Consulados extranjeros, no pocas tiendas y el Astor House, una de las fondas de más lujo que hay en la población.
Notable es siempre la animación del Bund, desde las primeras horas de la madrugada hasta las diez ó las once de la noche á lo sumo, porque los shangaienses, que se levantan casi con el sol, gustan de retirarse temprano á sus casas. Pero cuando esta animación llega á su auge es poco antes de las doce de la mañana, y según sea verano ó invierno, á las cuatro ó cinco de la tarde, horas en que se cierran oficinas, tiendas y despachos y se echan las gentes ocupadas á la calle. Y como yo llegué al quai de las Mensajerías al dar las doce campanadas del mediodía en el reloj de la torre de la vecina Aduana, tuve inmediata ocasión de ver el bullicio en todo su apogeo, formando la más favorable opinión de tan animada ciudad, no obstante el terrible calor que hacía en ella y ciertos malos olores, de los que algo habré de decir más adelante.
Por el Bund discurrían hombres y mujeres europeos, con trajes de piqué blanco ó de khaki: ellas con elegantes sombreros de anchas alas, y resguardando ellos la cabeza de los peligrosos ardores del sol con esos ligeros cascos de corcho cubierto de tela blanca, tan útiles en las regiones de entretrópicos ó muy calurosas, y á los que, en razón de su forma, pudiéramos comparar con los salacots usados por los malayos y filipinos. Contrastando en todo, aspecto general, vestimenta y porte, con las personas de raza blanca, iban y venían de un lado para otro, ya con pausa de quien sale á curiosear y sin propósito determinado, ya de prisa, como quien tiene urgentes negocios á que atender, chinos uniformemente vestidos de algodón azul, todos con la negra y trenzada coleta cayendo sobre las espaldas, y chinas de estrujados y diminutos pies, caminando despacio y desgarbadamente, con ropas muy parecidas en su corte á la de los hombres y peinadas al uso de la provincia de Kiangsu, donde está Shanghai, con el pelo alisado y lustroso cayendo en ondas sobre ambas orejas y recogido por detrás en un rodete ó moño bajo, en el cual vienen á sujetarse las puntas de una tira de terciopelo negro que les cubre en parte las sienes y la frente y está adornada en su centro por una media bola de malaquita, coral o lápiz-lázuli; morenos y ricos comerciantes parsíes, venidos de Bombay, y con abrochada levita, anchos pantalones blancos y gorra de estrambótica hechura, muy tiesa, negra y reluciente; japoneses pequeñitos, trajados unos á la europea, otros, los menos, por el estilo antiguo de su nación, y japonesillas sonrientes y dicharacheras, envueltas en vistosos kimonos y con flores en el pelo, y rubios niños ingleses con niñeras indígenas ó mestizas, y marineros en los buques de guerra anclados en el río, y bonzos con amarillos mantos, y tagalos, é índios, y siameses, y qué sé yo cuántas gentes más oriundas de lejanas tierras.
1900
Luis Valera y Delavat (1870-1926), Marquis de Villasinda, was appointed Secretary of the Spanish Legation in Beijing in the summer of 1900 to assist Ambassador Cólogans. He embarked on the steamboat Yarra in Marseille in July and arrived in Wusong on August 15, eventually traveling aboard the Messageries Maritimes to Shanghai.
Xavier Ortells-Nicolau is an assistant professor in the department of modern languages and literatures and English studies at Universitat de Barcelona (UB). He studied English and East Asian studies before obtaining an MA in regional studies (East Asia) at Columbia University. He explores visual and literary imaginaries of China in fin de siècle Spain.